Alimentación bio y salud

26/01/2021

Alimentación bio y salud

Porque no es lo mismo comer que alimentarse  

 

Una alimentación saludable no consiste solo en repartir de forma equilibrada los diferentes nutrientes que necesita nuestro organismo. Evitar los excesos de grasas saturadas, azúcares y sal puede no ser suficiente si estamos intoxicando nuestro organismo con más de 100 residuos químicos entre los que se encuentran decenas de plaguicidas, perturbadores endocrinos y sustancias sospechosas de ser cancerígenas que, aunque a dosis mínimas, tienen tendencia a acumularse en el organismo.

Mientras que en la agricultura ecológica los plaguicidas y productos fitosanitarios de síntesis química están prohibidos, en la agricultura convencional no solo se usan plaguicidas químicos, sino también fertilizantes a base de fósforo, nitrógeno y potasio que hacen que la planta acumule más agua y crezca más deprisa, lo que reduce el contenido de nutrientes y aumenta el contenido de restos químicos.

La agricultura ecológica respeta el ritmo de las plantas, promueve la fertilidad natural del suelo con rotaciones de cultivos y utiliza fertilizantes naturales a base de compost y estiércol, aumentando así, la cantidad de compuestos antioxidantes de la planta que pueden tener un papel beneficioso frente a enfermedades cardíacas, cáncer y otras patologías. Se calcula que por cada kilo de cereales, frutas y hortalizas ecológicas que comemos, evitamos tragarnos unos 0,4 miligramos de plaguicidas y, por tanto, nos ahorramos riesgos de problemas alérgicos, neurotóxicos y cancerígenos, pues no existen dosis de restos de plaguicidas que a largo plazo puedan considerarse seguras para el ser humano.

En cuanto al equilibrio nutricional de los alimentos convencionales es muy pobre, ya sea a causa del empobrecimiento de los suelos, de la selección de variedades más comerciales en vez de las autóctonas, a las maduraciones en cámara o a las grandes distancias que deben recorrer para llegar a nuestros platos.

Así es, un agricultor ecológico promueve la fertilidad natural del suelo, escoge variedades autóctonas, quizá menos productivas, pero más resistentes a las plagas de la zona y respeta el ciclo de la planta dejando madurar los frutos al sol. La planta crece lenta pero fuerte, sin hincharse a base de agua, por esa razón contiene más vitaminas y sales minerales, y se conserva en buen estado por más tiempo sin la necesidad de antifúngicos o conservantes.

Así, al consumir alimentos ecológicos reducimos considerablemente los residuos químicos que se acumulan en nuestro organismo, como nitratos, metales pesados u organismos modificados genéticamente, muy nocivos para nuestro cuerpo.

Obviamente los alimentos ecológicos no se reducen solo a la fruta y la verdura. El pan, la pasta y la carne, así como productos en conserva como zumos, mermeladas, leche, etc. Se producen y transforman de manera ecológica sin usar productos químicos de síntesis.

Y si además de bio, escogemos productos locales, se gastará menos energía en el transporte y eso producirá menos gases efecto invernadero.  La calidad del agua del planeta también se ve afectada por el uso masivo que hace la agricultura y la industria de los plaguicidas y fertilizantes artificiales y el coste para descontaminar el agua es muy alto. La degradación del agua no solo afecta a los peces y anfibios, sino también a nuestra salud, pues es nuestro elemento más fundamental para la vida. Son ventajas económicas y ecológicas.

Se calcula que un 88% de la población de Cataluña tiene restos de DDT, un plaguicida prohibido hace más de 30 años. Por tanto, comer bio hoy también repercutirá en la salud de las generaciones futuras. Los bebés, niños, adolescentes y mujeres gestantes y lactantes son los más vulnerables a los efectos nocivos de los plaguicidas. Optar por alimentos bio es una opción responsable que beneficia nuestro equilibrio nutricional y nuestra salud, y contribuye a mantener la salud y biodiversidad del planeta. 

Cuando nos decantamos por consumir productos ecológicos debemos aprender a diferenciarlos. Tenemos para ello una herramienta muy sencilla: el sello de certificación ecológica de cada país o región de donde procede el producto y que tiene que estar obligatoriamente impreso en el etiquetado, ya sea del paquete, caja o saco. Si no hay un sello visible o se encuentra en un cartel de quita y pon, desconfía.